Ana Luisa Morán
“En términos legales, un hombre es
culpable
cuando viola los derechos de otros.
En ética, lo es sólo con que piense hacerlo."
Enmanuel Kant
Antes de iniciar con esta reflexión
sobre la Ética en el campo de la investigación educativa, es necesario realizar
algunas aclaraciones conceptuales sobre ella. Desde las primeras consultas en
el diccionario, ya en su primera acepción, el término ética se define como la parte de la Filosofía que trata de la
moral y de las obligaciones del hombre, si se atendiese solo a esta definición,
la Ética sería considerada como sinónimo de Filosofía moral, y por lo tanto una
parte de la Filosofía encargada del estudio de conductas morales.
Por otra parte, las definiciones de
ética están relacionadas con el conocimiento científico de la moral de los
hombres; ambos términos, etimológicamente son sinónimos (éthos y mores
significan "costumbres" en sus lenguas de origen: el griego y el
latín respectivamente). Las costumbres se convierten en normas de convivencia
social, que rigen el comportamiento moral de las personas. La moral, refleja y
determina las cualidades y relaciones de los hombres de una comunidad o
población, sus posibles estratos, su ideología, su justicia y creencias.
La concepción de ciencia remite,
regularmente, a un saber experimental
riguroso y a una comunidad de científicos que validan los nuevos conocimientos; no obstante, en un sentido más amplio se
puede catalogar la ética como una ciencia fundamentada en las siguientes
razones: su principal propósito es llegar a principios generales que regulen al
comportamiento humano; en esto se diferencia de la moral, que se queda en el
ámbito personal. Aspira a la racionalidad
y a la objetividad, aunque su objeto de estudio, el quehacer del hombre,
no sea lo más racional u objetivo.
Proporciona conocimientos sistemáticos, metódicos y hasta donde sea posible verificables,
además se sustrae de situaciones particulares o fenómenos concretos al momento
de estudiar la moral e intenta llegar a aquello que regula los fenómenos
aislados.
El campo de la ética, señala Ojeda, M. (2006) tiene delimitaciones muy claras, sin
embargo todo se agrupa alrededor de la “conducta humana” La ética, según Bunge (1998), es la aplicación de la teoría de los
valores a la acción social. Titarenko (1989), la define como la esfera del
conocimiento humano que estudia la moral.
En otras palabras, la ética nos
concierne a todos, en la medida en que
todo el mundo se enfrenta con situaciones que implican la toma de decisiones, es decir
no está reservada a nadie, hace referencia a “todas las normas y prácticas
morales que en el mundo se han manifestado”. Es en este sentido, donde se dirigen estas letras, a la concepción de la ética en el campo de la investigación educativa.
Hoy, es por todos sabido que el hombre necesita “formarse”, para ello amerita
trabajar en su preparación científico-técnica acorde a las cada vez mayores
exigencias de la sociedad, sin embargo, la realidad nos está diciendo que eso
no basta, si no posee la responsabilidad y las convicciones necesarias para el
empleo ético de las ciencias y la tecnología. Sin embargo, no es desconocido
para nadie, la crisis de valores que nos ha tocado vivir, ella ha trascendido
todos los espacios, por lo que es impostergable el desarrollo de una conciencia
ética; solo de este modo es posible ver
la investigación y sobre todo la investigación
educativa como un acto ético, en
un binomio indisoluble.
Por otra parte, el valor social del
conocimiento se ha venido acrecentando, al punto de que en la actualidad es ya
un lugar común el afirmar que avanzamos hacia una “sociedad de
conocimiento” (UNESCO, 1998) que
incorpora debidamente los productos de la ciencia al tejido social,
fundamentalmente a través de la educación en sus diferentes niveles; en el
devenir histórico, luego de consolidarse el método científico, las
instituciones en las cuales se desarrolló de modo más efectivo la búsqueda del
conocimiento científico fueron las universidades, cuya autonomía fue respetada
por el estado. A mediados del siglo XX
con el desarrollo de la sociedad industrial, surgió un nuevo propietario del
conocimiento científico: la empresa.
Dicho de otro modo, gran parte de las
investigaciones ya no se hace en las universidades, sujeta al código ético de
una institución de servicio público, sino que se genera en las propias empresas,
no obstante, la vinculación entre
empresa y universidad abre nuevas fronteras, y hoy vemos como al breve entorno
del cubículo o laboratorio universitario ha sucedido el gran instituto; este
cambio en el modo de producir el conocimiento incide en los valores y
principios y se transforman en un reto para la ética.
Aluja (2004) señala que la búsqueda
del conocimiento es inherente a la naturaleza humana y debe ser normada al
igual que el resto de las manifestaciones de nuestro comportamiento, solo que
en el caso de la ciencia, la exigencia de probidad ha sido particularmente
estricta. Explica, además, que en una
sociedad capitalista como la nuestra, esta búsqueda adquiere dos vertientes,
por una parte como un bien del espíritu, y por otra como producto comercial.
En el caso que nos ocupa, como es la
investigación educativa implica que el científico es, además de creador
intelectual, maestro, con una responsabilidad conmensurable mediante la
observancia de códigos de comportamiento que son propios de la ciencia, pero
acordes con los valores que rigen en su entorno social, en este caso estaríamos
hablando de una ética científica.
Por otra parte, la ética normativa
establece el código moral para la conducta, las actitudes admirables y las reprochables
en cada contexto social. La teoría de la moral, por su parte, investiga la
esencia de la moral, su origen y desarrollo, las leyes que rigen sus normas en
el devenir histórico y social. Así vemos como han aparecido diferentes
concepciones de ética, vinculadas a las diferentes esferas de actuación profesional;
se pueden mencionar la ética médica, la ética pedagógica
y otras entre las que aparece la ética científica. (Código sobre la ética
1998)
La ética científica ha ocupado la atención en
los últimos años, tanto por los científicos, como por los filósofos que estudian
las regularidades de la ciencia. Laudan (1984), describe los problemas éticos
de la investigación científica, y aunque centra su trabajo en los valores
cognitivos, reconoce la existencia de valores éticos en la ciencia: "los
valores éticos están siempre presentes
en las decisiones de los científicos" El nuevo criterio se enfrentó a los
que abogan por una ciencia libre de valores, una ciencia neutral. Weber citado
por González, W. (1999).
Hoy en día, transcurrida ya más de una
década del siglo XXI, a pesar de los avances de la investigación educativa,
desde su establecimiento más formal no se vislumbra una mejoría en la sociedad,
¿Cuáles son las causas de que la calidad de la educación no mejore? muchos
autores se han referido entonces a la
ética puesto que el problema está en que el problema de “conocer” está desvinculado del proceso de construcción
del “bien humano”. Lonergan (1998) que es la tarea moral de la humanidad a la
que dedica su reflexión la Ética.
Concebir la investigación educativa como
un acto ético, es considerar la estrecha vinculación de la construcción del
conocimiento, que es la tarea de la investigación, con la dimensión ética que conlleva a la pregunta
por la buena vida humana, la humanización individual y colectiva. De este modo,
resulta inevitable afirmar, de acuerdo con Lonergan (1998) la necesidad de unir
al conocimiento que produce la investigación con el compromiso vital y
existencial del investigador y de la investigación misma en lo personal y lo
colectivo.
En este cambio de perspectiva, que nos
lleva a superar la concepción de que el conocimiento es un proceso que termina
con la generación de ideas claras y distintas sobre las cosas que están
fuera y asumir plenamente, desde nuestra
propia experiencia como sujetos cognoscentes, que el conocimiento conlleva un
compromiso ético para quien lo afirma, es decir que todo conocimiento generado
por un investigador implica un
compromiso ético con el conocimiento mismo y
con la Educación.
De acuerdo con López M. (2011) este compromiso ético, inseparable
del proceso de conocimiento puede derivarse del análisis de la tarea del
investigador educativo desde la
perspectiva de las profesiones y de la ética profesional, dado que la
definición misma de profesión, Cortina A. (2000) “la profesión es una actividad
social cooperativa, cuya meta interna consiste en proporcionar a la sociedad un
bien específico e indispensable para su supervivencia como sociedad humana,
para lo cual se precisa el concurso de la comunidad de profesionales que como
tales se identifican ante la sociedad”
se encuentra el rasgo de cooperación y de proporcionar un bien a la
sociedad.
Dicho de otra manera, existe una
relación intrínseca entre el ser de la profesión y el compromiso ético
entendido de manera personal, se hace énfasis también en el establecimiento de
códigos deontológicos o normas de comportamiento profesional, sin embargo este
compromiso debe ir más allá. En palabras de Morín
(2005) “Toda mirada sobre la ética
debe percibir que un acto moral es un acto individual de religación con una
sociedad, y en el límite, religación con la especie humana”.
De modo que cuando hablamos de la
imposible separación entre construcción de conocimiento desde la investigación
y acto ético con la construcción del
bien humano a través de la Educación, hablamos desde la dimensión compleja de
la ética, de una ética planetaria, que como plantea Morín (2005) tiene que ser simultáneamente
una autoética, una socioética, una antropoética, es decir una ética que
concilie los deberes egocéntricos, genocéntricos, sociocéntrico y
antropocéntrico. Una ética compleja que se inserte en la complejidad humana es
una tarea que deben plantearse los
investigadores educativos, pero sobre todo quienes se dedican a la formación de
nuevos investigadores.
En conclusión, los valores representan un rol central en la investigación educativa y
ese cometido no es arbitrario, sino inherente a su propia estructura de
búsqueda racional de comprensión y
acomodación al mundo natural que constituye la búsqueda del saber. Al
contrario, se impone la necesidad de incluir no solo una axiología enfocada en
los valores epistémicos y metodológicos, sino también en los valores éticos, sociales, estéticos y
ecológicos.
Concienciar el sentido axiológico de
la actividad científica debe ser parte de la formación y educación de los
futuros hombres de ciencia generar
conciencia de un problema que atañe a todos y que por sabido se calla, generar mecanismos que coadyuven al
afianzamiento de una cultura de la integridad en nuestra comunidad científica
orientados más allá de un código deontológico que parta de nuestra realidad, implica desde su constitución una relación
horizontal –ética-ciencia-investigación-investigador ético, a partir de unos
principios inalienables.
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CLXII N° 638. Febrero
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